¿Una copa de vino al día es buena para la salud? Cómo ha cambiado la ciencia su postura sobre el alcohol

Si bien hay conciencia general sobre los riesgos del consumo excesivo de alcohol, persiste la confusión sobre las implicaciones a largo plazo respecto al consumo moderado. La ciencia mantiene su búsqueda de más evidencia.
junio 11, 2025

Por Abigail Zentella

El mantel blanco, la cesta de pan, una conversación pausada. Es 1991, el periodista Morley Safer está con el cardiólogo Curtis Ellison en un restaurante francés. En el menú: comidas ricas en mantequilla, cortes grasos de res y cerdo. El misterio, la paradoja francesa: ¿por qué, pese a esa dieta, los franceses tienen menos casos de enfermedades cardiovasculares? Hacia el final del segmento de 60 Minutes, Safer brinda hacia la cámara: “la respuesta al enigma, la explicación de la paradoja puede estar en esta atractiva copa de vino”. Así, se popularizó una idea aparentemente científica, aunque con vacíos.

En el mismo segmento apareció Serge Renaud, científico francés que sugería que la clave estaba en el consumo moderado de alcohol. No era una afirmación respaldada aún por evidencia científica, pero un año después, junto a Michel de Lorgeril, publicó el estudio que detonó la fama de la paradoja francesa. Casi en paralelo estaba la curva en J, un gráfico que ilustraba el argumento: quienes bebían con moderación —una copa al día en mujeres y hasta dos en hombres— tenían menor riesgo de morir de alguna enfermedad cardiovascular que los abstemios. Después de ese punto óptimo, el riesgo se disparaba. La ciencia brindaba. El público, también. El exceso era perjudicial, pero la moderación quizá protegía.

En 2018, The Lancet publicó el estudio global ‘Alcohol use and burden for 195 countries and territories, 1990-2016, el cual marcó un punto de inflexión: “el nivel más seguro de consumo de alcohol es cero”. Desde entonces, el mensaje internacional había ido en esa dirección. En 2020, la Organización Panamericana de la Salud reafirmó la declaración. Por primera vez, la abstinencia dejó de ser una opción más entre muchas, sino se presentaba como la mejor alternativa disponible. En 2022, Canadá redujo drásticamente su recomendación de quince a solo dos bebidas estándar por semana. Al año siguiente, la OMS volvió a insistir en el mensaje.

En lo que parecía un consenso, la tensión reapareció entre nuevas advertencias y estudios. En diciembre de 2024, las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM, en inglés) de Estados Unidos publicaron un metaanálisis que avivó el debate. Sugiere que el consumo moderado podría asociarse con mayor longevidad. Y, aunque no es una recomendación oficial, reabre la pregunta: ¿caben una o dos copas en una vida saludable?.

“Así como sucede con tabaco, es necesaria una Ley General de Control del Alcohol donde se estipulen de forma clara las acciones que protejan a la población mexicana de las consecuencias en salud, sociales y económicas del alcohol”, explica la doctora Nancy López Olmedo, del Instituto Nacional de Salud Pública. Añade que, “el problema es que en México no tenemos una definición oficial de consumo moderado”, y señala que seguimos usando referencias externas. La NOM-047-SSA2-2015 define solo el “consumo de bajo riesgo”, con límites distintos para hombres y mujeres, y sin una guía clara ni difundida.

Más allá de la ciencia, también pesa la cultura. En países como España, el vino conserva un valor identitario. Y en México, aunque las nuevas recomendaciones existen, aún se discuten poco. El imaginario colectivo no ha cambiado al ritmo de la evidencia. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición Continua 2022, el 55.5% de los adultos y el 20.6% de los adolescentes reportaron haber consumido alcohol el último año.

¿Qué pasó con los estudios que antes aseguraban que el alcohol podía ser bueno para el corazón?

Cómo se llegó a este punto

Uno de los estudios más citados fue el de Arthur Klatsky, de 1981, que durante una década siguió a más de 8,000 personas afiliadas a Kaiser Permanente (el sistema de salud del que obtuvieron los datos). Para sorpresa de nadie, el consumo excesivo duplicaba el riesgo de muerte. Para sorpresa de todos, quienes bebían de una a dos copas al día tenían menor mortalidad que los abstemios. Pero el estudio arrastraba dos problemas. Primero, la mala clasificación: muchos exbebedores enfermos fueron incluidos en el grupo de abstemios, aumentando sesgadamente su tasa de mortalidad. Segundo, la posición del estudio en la pirámide de evidencia: era observacional, lo que es suficiente para generar hipótesis, pero deficiente para establecer causalidad. Aun así, la narrativa sobrevivió décadas.

El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, degustan vino y bocadillos franceses, noviembre de 2019. LUDOVIC MARIN/AFP VIA GETTY IMAGES

En paralelo, en Francia se popularizó su propia paradoja. ¿Cómo podía un país amante del queso, la mantequilla y el vino tener menos enfermedades cardíacas que otros países industrializados? Según las hipótesis de Serge Renaud y Michel de Lorgeril, el alcohol reducía la agregación plaquetaria, disminuyendo el riesgo de trombosis y, por ende, de ataques cardíacos. Pero, una vez más, la correlación no era prueba. Las variables de confusión eran muchas: estilo de vida, genética, acceso a salud, dieta.

Aunque en el metaanálisis que publicó The Lancet en 2018 se mantenía un posible beneficio cardiovascular, este quedaba anulado al sumar los riesgos de cáncer y enfermedades hepáticas. Pocas veces se explica que el riesgo basal seguía presente incluso en quienes no bebían. De cada 100,000 personas abstemias, 914 podrían desarrollar alguna enfermedad relacionada debido a la dieta o la genética. Con una copa al día, la cifra subía a 918; con dos copas, a 978. En términos individuales parece inofensivo, pero en términos poblacionales, se vuelve significativo. El riesgo relativo nunca llega a cero con una cantidad realista de alcohol, y para algunos, es un dato inquietante; para otros, solo parte del panorama. Otro punto clave: la mayoría de los estudios no distingue entre tipos de alcohol, salvo algunos centrados en vino. Esto importa porque distintos tipos de bebida y contextos de consumo podrían influir en los riesgos, lo que limita la aplicabilidad de las recomendaciones universales.

También en 2018, un escándalo estalló en los titulares de Estados Unidos. Un ensayo clínico aleatorizado que costaría 100 millones de dólares fue cancelado tras descubrirse que estaba financiado en parte por la industria del alcohol. Era un experimento prometedor, pero la credibilidad se desmoronó. En 2021, otro estudioestimó que de los 968,136 casos de cáncer relacionados con alcohol en la Unión Europea, 169,000 fueron atribuibles directamente al consumo, incluidos 23,000 casos en personas que bebían menos de 20 gramos de alcohol al día. La explicación consistió en que el etanol se metaboliza en acetaldehído —un compuesto que daña el ADN celular —, y está implicado en varios tipos de cáncer, incluidos de mama, colon e hígado. Pero, como toda revisión basada en estudios observacionales, puede heredar sus mismas limitaciones.

Es un vaivén de datos que la doctora Nancy López Olmedo resume así: “Durante décadas se les dijo a las personas que una copa de vino era buena para el corazón. Ahora se les dice que no hay nivel seguro. Hay un choque entre la ciencia y la percepción social”. En Estados Unidos, un informe de Pew Research Center mostró que solo el 52% de los adultos ha oído sobre la relación entre el alcohol y el cáncer, pero pocos han cambiado sus hábitos. En México, ni siquiera sabemos cuántas personas hacen esa conexión. No porque no exista el riesgo, sino porque no lo hemos medido. Aunque hoy se cuestiona si una copa diaria es saludable, muchos la siguen viendo como una verdad incuestionada.

Siete de cada diez estadounidenses mayores de 21 años dicen que beben alcohol al menos unas cuantas veces al año. SPENCER PLATT/GETTY IMAGES

Nuevas investigaciones en marcha

Ante conclusiones como las de NASEM sobre consumo moderado y menor mortalidad general, el doctor Miguel Ángel Álvarez de Mon, profesor de la Universidad de Alcalá, considera que “la controversia en la ciencia no es mala. Significa que seguimos investigando, que estamos abiertos a mejorar nuestras conclusiones en lugar de aferrarnos a certezas falsas”.

“En México, tenemos muchísimos huecos de información. Es frustrante porque terminamos usando estudios de otros países para tomar decisiones sobre nuestra población, cuando sabemos que aquí el patrón de consumo es distinto”, comenta la doctora Dalia Stern Solodkin, del Instituto Nacional de Salud Pública. En este contexto, junto a su estudiante, la maestra Ana Isabel Rodríguez, están recurriendo a la emulación de ensayo diana: una técnica que usa datos observacionales para simular las condiciones de un ensayo aleatorizado. Aunque no prueba causalidad como un experimento real, ayuda a estimar efectos más confiables que los estudios observacionales tradicionales. Su objetivo actual: estimar el efecto de limitar el consumo de alcohol a una bebida estándar al mes sobre el riesgo de mortalidad total y por causa específica, comparado con mantener el consumo habitual en mujeres mexicanas.

Para la doctora Stern, este enfoque no es solo útil en este caso. “Sin duda es factible utilizar el marco conceptual de los ensayos diana para abordar otros problemas de salud pública en México”, señala. “Es una herramienta poderosa que permite formular mejores preguntas de investigación y responderlas con mayor rigor y de manera útil para la toma de decisiones”.

En la cima de la pirámide de evidencia científica están los ensayos clínicos aleatorizados, el estándar de oro en investigación médica. En España, el estudio UNATI (University of Navarra Alumni Trialist Initiative) indaga sobre el impacto del consumo moderado de alcohol en la salud de los españoles. El doctor Miguel Álvarez de Mon, también parte del comité directivo, explica: “Todavía estamos tratando de entender cómo influyen el contexto, la dieta y la genética en la relación entre el alcohol y la salud”. El ensayo busca incluir a 10,000 personas y estará listo en 2028. “Ahora mismo vamos en 4,000. Ha sido sangre, sudor y lágrimas. Lo peor sería no resolver la duda”, dice con énfasis.

Entonces, ¿moderación o abstinencia?

Mientras la evidencia se perfecciona, ¿cómo decidimos los consumidores? El doctor Álvarez de Mon insiste en que no hay una única respuesta válida para todos. Para la doctora López Olmedo, el problema es que el mensaje de cero alcohol choca con décadas de promoción del vino como cardioprotector. “No se trata de asustar, sino de ofrecer información clara y comprensible”, explica.

La pregunta no es si se debe beber o no, sino si lo hacemos con toda la información existente. El mensaje de moderación ya no basta. Si las recomendaciones seguirán cambiando, el derecho a una comunicación honesta y completa es innegociable. El progreso científico no ocurre en el vacío: está atravesado por factores sociales, políticos y tecnológicos que influyen no solo en su evolución, sino también en lo que se comunica, se omite o se cuestiona sobre esa bebida estándar de alcohol.

El 26 de mayo se realizó el Foro Internacional ‘Hacia una política nacional de alcohol: situación actual, retos y oportunidades’, organizado por la Red de Acción sobre Alcohol (RASA). Allí, el maestro Óscar Flores, subdirector de la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones, enfatizó la necesidad de que las personas puedan decidir si beben o no a partir de información clara, sin estigmas, pero basada en evidencia. La información científica no debería imponerse verticalmente, sino ofrecer herramientas reales para tomar decisiones informadas. Porque la ciencia también implica participación comunitaria.

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